La conexión entre banda y público
es algo muy importante para el desarrollo de un artista. Lograr conectar,
llegar a una cierta cantidad de personas. Tocar una fibra en su interior. Algo
que conmueva, o movilice. No es tarea sencilla, claro está. Plantarse arriba de
un escenario, tocar sus canciones y dejar que fluya. Que el público se olvide
por un momento de otras cosas y se deje llevar por la música, las canciones y
las melodías. Cantar, bailar, saltar, aplaudir o alentar. Son pocas (o por lo menos
no muchas), las bandas pueden lograrlo. Los Espíritus pueden hacerlo.
Con Maxi Prietto, en guitarra y
voces, a la cabeza, desde el lanzamiento de su primer disco homónimo en 2013,
(previo lanzamiento de 3 EPs), traían un blues psicodélico con guitarras y
percusiones. Con canciones como “Lo Echaron del Bar” que remitía un poco a su
anterior agrupación (Prietto viaja al cosmos con Mariano) y que mostraba una
parte de lo que luego consolidarían como estilo propio. Otras como “Noches de
verano” con una impronta más rockera (con el uso de los slides), que comienza
con un riff inicial, al que enseguida se
suma la guitarra acústica y dice que “para ser bueno, hay que hacer el mal,
pero a escondidas”.
En “Los desamparados”, una de las
más lentas del disco, invita al coro general, con su única estrofa que dice en
el final “En cada galaxia hay una mañana abriéndose”. La distorsión, un poco
sucia, funciona como puente en medio de
la canción.
Los Espíritus, que se completan
con Santiago Moraes (Guitarra acústica y voces), Pipe Correa (Batería),
Fernando Barreyro (Percusión), Martin Fernández Batmalle (Bajo) y Miguel Mactas
(Guitarras), siguieron haciendo canciones, y dos años después sale a la luz “Gratitud” (2015).
Que incluye “Vamos a la luna” con
una introducción psicodélica, gracias a las guitarras eléctricas, con
diferentes sonidos cuasi setentosos. O la que da título al disco, con arranque instrumental
y las guitaras jugando entre sí, para que, de golpe, un cambio de ritmo la
transforme en una melodía más lenta, para luego retomar su ritmo frenético. Como
un subibaja coordinado y guiado tal vez, por la distorsión de las guitarras.
Con pasajes de voces que se
escuchan lejos, como gritando su mensaje y la guitarra acústica siempre presente.
Con un rasgueo bien marcado, furioso a veces y delicado en otras, se van
sucediendo las canciones del disco. Algunas lentas, como “Mares”, con la voz como
cansina de Maxi, en este rock que establece “A mi modo de ver las cosas, todos
estaríamos mejor, si miráramos en los ojos de esos mares” y otras con letras más
directas como “Negro chico” (“Se sube al tren en movimiento, y los vagones se
pone a cruzar con una mano pide plata la otra los mocos meta sacar”).
Con el más reciente “Agua ardiente” (2017) terminan de afirmarse
en la escena independiente. Con un estilo ya forjado, en donde las guitarras
aparecen con efectos psicodélicos y las voces repartidas entre Maxi y Santiago,
dándole colores diferentes a las canciones, que adquieren una impronta propia,
con emociones distintas, como en “Huracanes”, o “Las armas las carga el diablo”
con otra letra bien clara (“las armas las carga el diablo y las descarga algún
oficial, si le anda la lapicera le agrega al diario el titular”) y una melodía lenta
y melancólica. Otras más movidas como “La rueda que mueve al mundo”, “El viento”
(casi un rockabilly) o “Jugo”(con la
guitarra eléctrica en su máxima expresión), demuestran la diversidad de matices
que tiene la banda y como pueden llevarlos adelante sin perder su propio estilo.
Las
canciones de Los Espíritus son claras. Se escucha su instrumentación. Las guitarras,
las percusiones. Todo parece estar ensamblado en su lugar justo. Hasta las
letras, que después de escucharlos se pueden seguir repitiendo esas frases. Dejarse
llevar por el viaje que proponen Los Espíritus, ya sea en vivo o a través sus
discos. Sentir como uno comienza a moverse en el lugar, como movido por una
extraña oleada. Es casi inevitable. Cantar, aplaudir, moverse. Música nueva y
de la buena.
"Jugo" - Los Espíritus