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12 de mayo de 2017

Monstruos Budas

Alguna vez leí que la música está muy relacionada con la matemática. Sucesiones, escalas, ritmos. Todo eso puede entrar a mezclarse y dar sus frutos. Pero también se sabe, que en la música, no siempre 2 + 2 es 4.
Qué pasaría si se juntaran músicos de diferentes palos (ámbitos) para formar un supergrupo, que a su vez, no encaja con lo que cada uno hace por su cuenta. Una mezcla. Una fusión de estilos. 
Formados allá por 2013, algunos músicos provenientes del palo del jazz, deciden armar algo que quizás se salía un poco del género en cual se desarrollaba cada uno. Tal es así, que resultaba muy difícil definirlos. Una jazz band para tocar en algún festival. Puede ser. Una mega banda de rock para tocar en un teatro. También. 
Octafonic. Algo así como un monstruo musical de muchas cabezas. A veces 8, a veces 9, a veces 7.
Además del virtuosismo de cada uno de sus músicos, que se ve reflejado en las canciones, y se puede apreciar en las distintas capas sonoras que tiene cada una, hay una potencia extrema. La suma de todos, que hace que el sonido sea tan particular, se amplifique y guste.
Las letras son en inglés. Pero esto, no tiene que ver con un mensaje directo, en particular, que se quiera trasmitir, sino por una cuestión sonora. Con el sonido de las palabras. Los juegos de palabras y hasta a veces la mezcla de varios idiomas.
Nicolás Sorín, un músico (que estudió con Brookmeyer, entre otros) en que la palabra “variedad” se quedaría corta. Participó activamente en orquestas sinfónicas y Bigs Bands, hizo música de películas y para obras de teatro, armó y formó/a parte algunos grupos de jazz (Sorín Octeto, Fernández 4) y bandas de rock como Elbou y además es arreglador y productor de diversos artistas. Empezó a gestar esta idea, luego de un viaje a la Antártida. Una nueva idea. Un nuevo grupo. 
Con esto llegaría “Monster” (2014), en donde a Sorín en voz y teclados se le suman Cirilo Fernández (Fernández 4, Elbou) en bajo, Pedro Rossi (Pedro Rossi Trío) en guitarra, Esteban Sehinkman (Pájaro de fuego) en teclados, Ezequiel Piazza (Boris Big Band, Javier García Trío) en batería, Juan Manuel Alfaro en saxo alto, Leo Paganini en saxo tenor, Francisco Huici en saxo barítono y Mariano Bonadío (Alelí Cheval) en drum pad y percusión.


Las voces con efectos. Ecos. Algunos rapeos. Gritos. Voces que salen desde megáfonos, junto con los vientos que parecen jugar y sobrepasarse unos a otros en “Plastic”. Las percusiones marcadas y los beats de “Love”. Pero también la tranquilidad y los teclados suaves de “I’m sorry” y “You Can Take”.
El riff de bajo de “Whells”, que guía toda la canción y antecede a las guitarras punzantes. Y también la excelente combinación, de ambos instrumentos, en “Whisky Eyes”. Todo como una gran orquesta totalmente fuera de lo convencional.
Para el 2016 y luego de otro viaje, en este caso por Tailandia, nace “Mini Buda”. En donde ese sonido del primer disco se afianza. Acá la banda se vuelve un poco más rockera, llevando su sonido a algo más eléctrico. Aunque manteniendo su estética intacta y hasta se podría decir que la llevan mucho más allá.
En el disco Pedro Rossi es reemplazado por Hernán Rupolo (Connor Questa) y, posteriormente a la grabación del mismo, Alan Fritzler (Exceed) reemplazaría a Cirilo y se sumaría Leo Costa (Leo Costa y Los Jureles) en bajo y teclados respectivamente.
Canciones como la que da nombre al álbum o “Slow down” son fiel reflejo de ese nuevo sonido. Pero también aparece la sonoridad del lenguaje que ya es una característica, como en “Nana nana”. La potencia demoledora de “What”, con la sección furiosa de vientos, junto con los gritos del estribillo y los teclados de “God” son algunos de los puntos fuertes del disco.
Esto es lo que quizás los hace distintos. La claridad de las composiciones. Cada canción pasa a ser una experiencia particular. Sonidos rabiosos. Energía arrolladora. Y ritmos que invitan a bailar y saltar. Recomendación: vayan a verlos en vivo cuando puedan y verifíquenlo. Y sino denle play a su reproductor musical favorito.

"Mini Buda" - Octafonic

1 de mayo de 2017

Actores frente al Mar


Cada vez es más difícil hablar de géneros. No sé si alguna vez fue fácil, o si es necesario hablar de géneros en la música. Lo cierto es, que cuando escuchamos algo nuevo y queremos compartirlo con nuestros conocidos, enseguida alguien pregunta “che, pero ¿qué tocan?, ¿Qué música hacen?”. Una cuestión que desde hace un tiempo resulta complicada de responder. Por varios motivos. Porque el artista se mueve por varios de esos “géneros”, o porque escapa a las que serían las estructuras básicas del género en cuestión.
Pero esto no es de ahora. Desde siempre, en la historia de la música, cada vez que surgía algo nuevo; gente con ganas de hacer cosas distintas, de experimentar, enseguida aparecían las etiquetas. “Este es grupo es...”, “una banda de…”.
No creo que ni los Clash, ni los Pistols y mucho menos los Ramones hayan dicho “Che ¿y si nos ponemos a tocar PUNK?”. Ni tampoco Desmond Dekker o Marley se hayan planteado empezar a tocar REGGAE. Siempre primero surgieron las bandas. Planteando ritmos, melodías y hasta letras diferentes a lo conocido hasta el momento. Y luego las etiquetas. Etiquetas que luego se volvían complicadas de sostener, porque cuando alguien planteaba algo que se corría un poco del género “tradicional” aparecían otros como “Pop-punk”, “Post-Punk”, “garaje-rock”, “skate-rock”, etc.
Es cierto, que alguien (artista/banda) pueda tomar como influencia determinados sonidos, y de hecho ocurre casi siempre en el comienzo, hasta que después encuentran su propio camino. Que puede seguir la misma línea de un principio o no.
Por eso y como dije (y para concluir así el post no queda tan largo) cada vez es más difícil hablar de géneros.
Cuando uno escucha por primera vez a Mejor Actor De Reparto enseguida queda boyando si intenta poner alguna etiqueta. Más allá de que seguramente, a la primera escucha, uno queda con la cabeza volada.
Mauro Duek en voz y guitarra, Alejo Lecuona en bajo y coros, Matías Montes en batería y Nicolás Martín en guitarra y coros, le sacaron el polvo a los cánones tradicionales del rock. Empezando en 2013 con su primer disco homónimo, entre guitarras aceleradas al frente y voces melancólicas y desgarradas.


Es notable, como los diferentes sentimientos (quizás de experiencias personales del autor), son reflejadas en las letras, y a su vez expresadas con la emoción necesaria, en canciones con ritmos frenéticos y melodías contagiosas. Temas como “Abiertamente falso”: “Tanta gente que se habla, no se conocen, no me conocen y yo, sigo riéndome, sin saber de qué” o “Tan lejos para encontrarte”: “Sueña con la primavera en otro lugar y de otra manera; y quién no, ¿a quién no le gusta entrar en otro lugar?”.
Luego de que Ramiro Colomer reemplace en batería a Matías y de la salida de Nicolás, aparecería “Humilde Frente al Mar” (2016). Un segundo disco, con sonidos más tranquilos. Y donde se observa una maduración tanto compositiva como en los sonidos.
Tranquilidad que se ve reflejada en canciones como “Caminando sin fondo” o “Yo me voy”, pero donde también aparece “6to C” (“tiene que haber otra forma de volver reciclar no tiene porque ser triste”), en donde si bien hay bases más claras, las guitarras sucias van al frente, mientras que las palabras, parecen ser escupidas por quien las canta. Una línea que se mantiene a lo largo de todo el disco.
Sonidos limpios, sin aditamentos, que permiten apreciar el mensaje de cada canción. Guitarras al frente y bases a la altura de cada canción. Emoción y sentimiento. Algo de esto se escucha cuando ponemos por primera vez Mejor Actor de Reparto y seguramente dan ganas de escucharlo una y otra vez más.

"El Oscar" - Mejor Actor De Reparto